El cuarto hombre (Agatha Christie) - pág.10
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"Poco después de esto, caballeros, me encontraron un empleo y sólo volví al Hogar durante mis vacaciones. No se había tomado en serio el deseo de Annette de ser bailarina, pero su voz se hizo más bonita a medida que iba creciendo, y la señorita Slater consintió gustosamente en dejarla aprender canto.
"Annette no era perezosa, y trabajaba febrilmente, sin descanso, y la señorita Slater se vio obligada a impedir que se excediera, y en cierta ocasión me habló de ella.
"-Tú siempre has apreciado mucho a Annette -me dijo-. Convéncela para que no se esfuerce demasiado. Últimamente tose de una manera que no me gusta.
"Mi trabajo me llevó lejos poco después de esta conversación. Recibí una o dos cartas de Annette al principio, pero luego silencio, los cinco años que permanecí en el extranjero.
"Por pura casualidad, cuando regresé a París me llamó la atención un cartel anuncio con el nombre de Annette Ravelli y su fotografía. La conocí en seguida. Aquella noche fui al teatro en cuestión. Annette cantaba en francés e italiano, y en escena estaba maravillosa. Después fui a verla a su camerino y me recibió en seguida.
"-Vaya, Raúl -exclamó tendiéndome las manos-. ¡Esto es maravilloso! ¿Dónde has estado todos estos años?
"Yo se lo hubiera dicho, pero no deseaba escucharme.
"-¡Ves, ya casi he llegado!
"Y con un gesto triunfal me señaló el camerino lleno de flores.
"-La señorita Slater debe estar orgullosa de tu éxito.
"-¿Esa vieja? No, por cierto. Ella me había destinado al Conservatorio... a los conciertos... pero yo soy una artista. Y es aquí, en los teatros de variedades, donde puedo expresar mi personalidad.
"En aquel momento entró un hombre de mediana edad, atractivo y distinguido. Por su comportamiento comprendí en seguida que se trataba del mecenas de Annette. Me miró de soslayo y Annette le explicó:
"-Es un amigo de la infancia. Está de paso en París, ha visto mi retrato en un anuncio, et voilá.
"Aquel hombre era muy amable y cortés, y delante de mí sacó una pulsera de brillantes y rubíes que colocó en la muñeca de Annette. Cuando me levanté para marcharme ella me dirigió una mirada de triunfo diciéndome en un susurro:
"-He llegado, ¿verdad? ¿Comprendes? Tengo el mundo a mis pies.
"Pero al salir del camerino la oí toser con una tos seca y dura. Sabía muy bien lo que significaba.
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