Ruleta: Los Tahúres

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La pousette: he aquí, entre los muchos intentos fraudulentos para corregir la suerte, el efectuado con más frecuencia en las casas de juego de todo el mundo. Consiste en apostar cuando la bola se ha detenido ya, o sea, con toda seguridad. Y deriva su nombre del hecho de que el tahúr trata de impulsar (pousser) una ficha sobre el tapete verde desplazándola hacia el número correspondiente a aquel que acaba de salir. Es un truco con muchas variantes. A veces, el tahúr finge titubear y se decide a apostar sólo cuando ha comprendido en qué casilla irá a pararse -o en qué casilla tiene probabilidad de hacerlo- la bola de la ruleta. O bien hace la apuesta antes de que el croupier haya pronunciado el reglamentario rien va plus, pero luego desplaza la ficha de un número al otro. Por lo general, este truco se efectúa cuando el juego es fuerte, o sea, cuando muchos jugadores se aglomeran en torno a la mesa, haciendo difícil la misión del croupier. La confusión es la gran aliada de los tahúres, que no siempre son descubiertos.

A menudo, el truco se realiza con ayuda de un cómplice y, más a menudo aún, con ayuda de una graciosa cómplice-, que tiene el encargo de distraer a los croupiers.

O bien el tahúr apuesta -siempre después que se ha detenido la bola- dos fichas, la una sobre la otra, y cuando el croupier lo invita a retirar la apuesta tardía, quita sólo una ficha (la superior) y se aleja, protestando, de la mesa, mientras su cómplice se encarga de cobrar la ganancia obtenida gracias a la otra ficha.

Tenemos, además, la pousette a la inversa, o sea, el truco adoptado por quien trata de retirar sus fichas cuando advierte que las ha perdido. Por lo general, la pousette se intenta sobre las combinaciones simples, porque en el tapete verde son las más cercanas a los jugadores.

Imaginen ustedes, por ejemplo, que el tahúr está sentado a la mesa de juego. Síganlo mientras se levanta a medias sobre la silla con la excusa de llegar más fácilmente con la mano al número al que quiere apostar. Efectúa esta maniobra una vez ha sonado el ríen va plus, por lo cual el croupier lo invita a retirar la apuesta sobre el número. Pero no advierte que el tahúr, haciéndose escudo con el cuerpo, ha empleado la otra mano para dejar caer algunas fichas sobre el rojo o el par, tras haber visto cuál es la combinación vencedora, por lo cual juega a lo seguro.

Se trata de una auténtica estafa, que permanece impune aun cuando sea descubierta. Lo mismo podemos decir respecto a los otros métodos ilícitos adoptados por los fulleros de profesión y por los jugadores deshonestos. A la casa de juego no le interesa el escándalo, y se limita a expulsar al tramposo, incluyendo su nombre en la lista negra de los "prohibidos". Pero no lo denuncia a la Policía.

No sólo los fulleros de profesión recurren a estos trucos. Hablando con los directores de muchas casas de juego, he oído a menudo decir:

-Es triste ver que personas irreprochables recurren a la pousette o al robo de fichas cuando se han quedado sin dinero y quieren continuar jugando. En el guardarropa, junto con el abrigo, muchos jugadores dejan también su dignidad. Especialmente las mujeres.

Es frecuente el robo de fichas por parte de personas que, fingiendo apostar, alargan una mano sobre el tapete verde para apoderarse de algunas fichas en los momentos de gran confusión, o sea, cuando apenas se ha proclamado el ríen va plus y muchos jugadores se aglomeran en torno a la mesa para hacer una apuesta en el último momento. Por
lo general, los especialistas en robos eligen como víctimas a los jugadores que tienen la costumbre de apostar a la vez en dos o tres mesas, corriendo de una a otra; y los ladrones se aprovechan de su breve ausencia para apoderarse de las fichas apostadas. O bien recurren a un truco más refinado: desplazan las fichas de estos jugadores de un número a otro con un rápido y preciso toque de la mano, fingiendo estar haciendo una apuesta. Así, estos tahúres pueden participar en el juego sin arriesgar un céntimo. Si sale el número sobre el que había apostado el jugador, éste protestará cerca del croupier, el cual podrá responderle fácilmente:

-Querido señor, es usted víctima de una ilusión. En ese número no ha apostado usted.
Si, por el contrario, sale el número sobre el que la ficha ha sido desplazada, el jugador no pensará en reclamar la ganancia, y el tahúr podrá embolsársela (o hacer que se la embolse su cómplice), sin despertar sospecha alguna.

En el chemin de fer se intenta a veces sustituir las cartas. Por ejemplo, el tahúr puede pedir Banca y sustituir las dos cartas que se le han dado, por otras dos, que tiene escondidas en la manga, al objeto de poder conseguir el nueve. Este truco fue adoptado en el casino de Venecia a principios de setiembre de 1962. Al final de una partida, el croupier, mientras barajaba las cartas, advirtió que había dos cartas de un color ligeramente distinto de las otras. Se llevó a cabo un control y se comprobó que, en efecto, habían sido sustituidas dos cartas. Las investigaciones llevaron a identificar al tahúr -era un turinés, llamado Giuseppe M.-, quien trabajaba con la complicidad de Dante P., junto con el cual visitaba a menudo muchas casas de juego europeas. Raramente intentaban hacer fullerías en el chemin. En general preferían hacer amistad con los jugadores para organizar partidas de póquer, en las cuales se servían de cartas marcadas. El golpe de Venecia dio a los dos tahúres unas ganancias de algunos millones. Pero --que yo sepajamás han aparecido ante un tribunal. Por el contrario, en Francia no se gastan miramientos respecto a los tahúres, entre otras cosas, porque la vigilancia del juego está confiada a una sección especial de Policía: la ??Police des jeux.?

Incluso se ha intentado sustituir las seis barajas de cartas por cartas calibradas, con los ángulos redondeados, o con señales especiales en el dorso, que las hacían reconocibles para los tahúres, que empleaban unas gafas especiales. Parece ser que este truco fue empleado una vez en una casa de juego italiana. Pero el escándalo fue sofocado, y un periodista que trató de llegar al fondo de la extraña cuestión, lo único que sacó en limpio fue una condena por difamación.

Por el contrario, es famoso el golpe dado muchos años antes en la más famosa casa de juego de la Costa Azul. Fue protagonista del mismo un tahúr español, con la complicidad de un italiano que estaba en buenas relaciones con uno de los cajeros de la casa de juego, del cual consiguió que sustituyera las barajas de cartas conservadas en la caja fuerte del casino, por algunas barajas trucadas. Luego, ambos tahúres se pusieron en contacto con un caballero, o sea, con un aristócrata que en otro tiempo había poseído una gran fortuna y al que el juego había reducido casi a la miseria. Era muy conocido en la Costa Azul, y a nadie se le habría ocurrido sospechar de él, aunque hubiese efectuado --como lo hizo- apuestas de muchos millones tras haber explicado que "mi tío el príncipe ha tenido la bondad de acordarse de mí en su testamento", o sea, tras haber sostenido que había entrado en posesión de una gran herencia, cosa en la cual todos creyeron, porque pertenecía en realidad a una gran familia patricia.

Cuando fueron distribuidas las cartas trucadas, tomaron asiento en la mesa de juego el noble y el tahúr italiano, quien, por medio de unas gafas especiales, podía reconocer las cartas. En efecto, téngase en cuenta que el sabot, o sea, el estuche de madera en el que se colocan las cartas, está construido de manera que es posible ver el dorso de la carta que se va a dar. Cuando el tahúr italiano veía que dicha carta era un ocho o un nueve, se lo decía al noble con un gesto convencional, el cual se apresuraba a pedir Banca. Dado que en el juego del chemin cuatro cartas sobre trece valen cero (las figuras y los dieces), el apostante -cuando la carta señalada era un ocho- tenía cuatro probabilidades entre trece de ganar con ocho. Si la carta señalada era un nueve, tenía cuatro probabilidades entre trece de ganar con nueve, y, además, la probabilidad de sacar un ocho, dado que un ocho puede estar formado por dos nueves, cuya suma es dieciocho (y, como es sabido, en el chemin, para calcular el punto se resta diez de las sumas superiores al nueve).

Si, por el contrario, no recibía la señal convenida, el caballero no pedía Banca o efectuaba modestas apuestas, al menos para salvar la faz. Asimismo, el tahúr italiano, para no despertar sospechas, hacía modestas apuestas. Y cuando llegaba la Banca al noble, su cómplice le señalaba si la primera carta era un ocho o un nueve, caso en el cual, el caballero se apresuraba a pasar la Banca, para no correr el riesgo de perder.

Durante diez días, nadie se dio cuenta del truco, y los dos tahúres ganaron algunas decenas de millones, que se dividieron con el cajero deshonesto y con el tahúr español que había trucado las cartas. Pero luego quiso la casualidad que el español resultara herido en un accidente de circulación mientras llevaba a la casa de juego un nuevo paquete de barajas de cartas trucadas, que fueron descubiertas por la Policía. Los protagonistas de la empresa -el italiano, que ya ha muerto, se llamaba Andrea Sp.-fueron encarcelados; pero varios días después fueron puestos en libertad, porque el casino quiso sofocar el escándalo. Si la noticia hubiera llegado a ser de dominio público, ¿quién habría querido aún probar suerte en las casas de juego?

En los Estados Unidos, los tahúres han llegado incluso a servirse de minúsculos aparatos radiofónicos para transmitirse mensajes, incluso desdebreve distancia. Durante una investigación efectuada por el Senado de los Estados Unidos se ha comprobado que las cartas trucadas son empleadas en una partida de póquer de cada diez. En Europa no se ha llegado aún a semejante punto de perfección. Este es el juego en el que dos compinches -aun sin recurrir a cartas trucadas- pueden más fácilmente desplumar a los ingenuos.

A propósito de ingenuos, debo citar otro sistema para ganar matemáticamente a la ruleta. Consiste en vender a los inocentes un sistema seguro para ganar. En San Remo, durante un reciente Festival de la Canción, vi a un hombre-anuncio dar vueltas por las calles repartiendo octavillas que decían: "Mi marido, el famoso cabalista X. Y., ha muerto. hace algunos meses. Deseo ceder al mejor postor sus cuadernos de cálculo, que le permitieron ganar muchos millones. O bien estoy dispuesta a asociarme con un financiero -poniendo él el capital, y yo, el libro de cálculos de mi marido- para jugar juntos."

Y en un periódico de Génova leí este anuncio: "Matemático profesor estudioso, apasionado de la ruleta, cinco años de permanencia en Montecarlo, muy temido por las casas de juego, colaboraría con financiero dispuesto a aportar 500.000. Se aseguran ganancias diarias de 50.000. Está dispuesto a hacer cualquier prueba demostrativa."

Anuncios de este tipo se publican tanto en Montecarlo como en Baden-Baden. Y siempre hay ingenuos (los franceses los llaman pigeons) dispuestos a desembolsar algunos miles de liras o de francos a fin de que les manden por correo certificado el sistema patentado para ganar en el juego. O bien los pigeons están dispuestos a poner sus capitales a disposición de un "experto" para que los administre en la mesa verde.

En Francia, la vigilancia de los casinos corresponde al "Service des Courses et des Jeux", que adquirió celebridad en 1952 cuando, en el casino de Aix-en-Provence, sorprendió con las manos en la masa -o, por mejor decir, con las manos en el sabot- a un famoso tahúr internacional, el belga Victor Watrice, el cual confesaría haber sustituido, regularmente, desde hacia quince años, las cartas del chemin, sin haber despertado jamás sospechas. En todas las casas de juego europeas, Watrice era conocido como un industrial multimillonario, y los directores de dichas casas lo señalaban a menudo a sus clientes diciendo:

-Monsieur Watrice es la prueba viviente del hecho de que es posible ganar en el juego, aun participando cada día en la partida.

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