Ruleta: Consejo a los jugadores

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Recuérdese, sin embargo, que la gran ventaja del jugador sobre la casa de juego es precisamente ésta: el jugador puede interrumpir la partida cuando quiera, mientras que la casa de juego debe seguir siempre aceptando las apuestas. ¿Quién de ustedes no recuerda haber vuelto a casa sin un céntimo en el bolsillo tras una velada durante la cual, en cierto momento, estaba ganando una bonita suma? Ahora bien, no quiero decir que, tras uno o dos golpes afortunados, haya que precipitarse a la caja -el que se comporta de tal forma, no tendrá jamás la posibilidad de desbancar-, pero me parece que no está de más un poco de prudencia.

Recuérdese, en todo caso, que la Banca ha de ser atacada con valor. "La ruleta -decía Dostoievski fue inventada por los rusos. Porque nosotros, los rusos, no sólo somos incapaces de acumular capitales, sino que los despilfarramos a mansalva y desarregladamente. Nosotros jugamos con riesgo manifiesto, experimentando siempre cierta extraña sensación, la de querer desafiar a la suerte: es como el deseo de darle una papirotada, de enseñarle la lengua."

Valor y suerte: he aquí las dotes necesarias para vencer. Y si se me preguntara: " ¿Qué es más importante, el valor o la prudencia, que en ocasiones ha aconsejado?", respondería: "Si quieren ustedes confiarse a los cálculos matemáticos, no desprecien cierta prudencia. De lo contrario, desenvainen ustedes las espadas y láncense locamente al asalto de la Banca. Tal vez ganen, o tal vez no. Pero con toda seguridad -si son ustedes verdaderos jugadores se divertirán.

Al estudio del cálculo de probabilidades aplicado al juego de azar se dedicaron ilustres matemáticos, como Galileo y Pascal, los cuales buscaron las leyes de la "ciencia de la casualidad" y, más tarde, otros estudiosos llegaron a la conclusión que ya conocen ustedes: quien tiene la Banca gana siempre, siempre que la partida dure mucho tiempo. Se trata de una aplicación de la ley de los grandes números, descubierta por Bernouilli en 1713.

Otro gran matemático, Buffon, empleó muchas semanas en experimentos consistentes en lanzar al aire una moneda muchos miles de veces, para comprobar si había alguna desviación, aunque fuese leve, entre cara y cruz. Y Emilio Borel calculó que si cien mil parejas de jugadores decidieran continuar jugando siempre al rojo o al negro (sin tener en cuenta el cero), hasta que todos hubiesen vuelto a la par, muchos de ellos apostarían apenas algunas veces, mientras que 5.600 apostarían cien veces; 560, diez veces, y algunos, tras un siglo, no habrían terminado aún de jugar. Ello demuestra que, en ciertos casos, se puede restablecer el equilibrio sólo tras una larguísima serie de tiradas.

Doy estas cifras, para hacer ver que no sólo los jugadores se divierten estudiando el juego de azar.

Además, todos los grandes matemáticos están de acuerdo en proclamar que una tirada es independiente de la otra. La bola de la ruleta parafraseando las palabras de Giuseppe Bertrand- no tiene conciencia ni memoria. Por tanto, quien apuesta al rojo una vez el negro ha salido diez veces, no debe creer que el rojo haya de salir en seguida. Puede salir otras diez veces seguidas el negro, porque el equilibrio tiende a restablecerse, sí, pero no inmediatamente. En consecuencia, cuando oiga a alguien que proclama: "Ahora tiene que salir el rojo, porque ya ha salido tantas veces el negro, recuerde lo que Sacha Guitry decía de los jugadores de ruleta: "Son aventureros o imbéciles. Estos últimos, desde luego, forman la gran mayoría."

Al ser cada tirada independiente de la otra, se deriva de ello que una larga serie de tiradas perdidas no comporta, más tarde o más temprano, una breve o larga serie de tiradas ganadoras. Así, otro error es decir: "Hasta ahora he tenido tanta desgracia, que ahora tendré que recuperarme matemáticamente." Además, el que- piense enriquecerse con el juego debe recordar que.-por ejemplo- las probabilidades de ganar ocho veces el capital inicial son del 12 %, mientras que las de perderlo durante este intento son del 88% Otra cifra: Imaginen ustedes que mil personas apuesten al rojo o al negro en varias mesas: después de, las primeras tiradas, la media nos dice que ganan 499 y pierden 501. Después de 400 tiradas, los ganadores son 350, y los perdedores, 650. Tras 40.000 tiradas, los vencedores son 5, y los perdedores, 955. Cada suma apostada se reduce a cero en diez mil tiradas.

Un jesuita español, Ruy López, ya adoptó la ruleta como ejemplo para demostrar la no incompatibilidad entre la omnisciencia de Dios y el libre albedrío:

"Sabemos -dice- que la respuesta tomística a este interrogante presupone un segundo acto de fe, porque hemos de creer que Dios está fuera del tiempo, lo cual concilia la presciencia divina con el libre albedrío. Demos un ejemplo más fácil. Sabemos que en la ruleta, tras un largo período de tiempo, saldrá un número igual de rojos y de negros. Podemos parangonar este conocimiento con la presciencia divina. Pero sabemos también que nadie puede prever si saldrá el rojo o el negro en una determinada tirada. Aunque hubiese salido noventa y nueve veces el rojo, en la centésima vez habría las mismas probabilidades para el rojo que para el negro. La ruleta es, pues, libre de sus decisiones. Y éste es el libre albedrío, que no se halla en contraste con la "ley de los grandes números" o con la presciencia divina."

Ya en tiempos lejanos -así, durante el reinado de los faraones-, los jugadores debían pagar a los soberanos un porcentaje sobre las ganancias. En efecto, el juego de azar tiene orígenes antiquísimos. En Egipto se jugaba a los dados ya en el siglo XVIII a. de J. C. En Babilonia, en China y en Creta estaba muy difundido el juego de azar. Hablan de él Homero y Heródoto. Y Aristóteles nos revela que algunos de sus contemporáneos empleaban dados trucados para forzar la suerte. (Para semejantes trucos en la Era moderna, remito al lector al capítulo dedicado a los tahúres.) Los antiguos romanos preferían jugar a cara y cruz, mientras que sabemos por Tácito que, en las tribus germánicas, los guerreros se jugaban a los dados su propia libertad, obligándose a convertirse en esclavos del vencedor.

El administrador de la casa de juego debe pagar al Ayuntamiento un porcentaje sobre las ganancias, que siempre es superior al 70 % y, a menudo, roza el 75 %. Por tanto, le queda un 20-25 % de las ganancias, el 49 % de las propinas y el 75 % del importe de las entradas, además de las ganancias del bar, del restaurante, del guardarropa, etc. Pero el administrador, según el contrato, debe afrontar gastos de cierta entidad para las manifestaciones artísticas, a las que se ve obligado por el convenio con el Ayuntamiento.

En muchas casas de juego italianas, los balances se cierran con pasivo algunos (pocos) años. Pero las estadísticas negativas plantean muchas dudas a los expertos, los cuales se preguntan por qué son tan numerosos los concurrentes a la adjudicación de la administración de los casinos que tienen fama de cerrar su balance con pasivo.

Recuérdese, sin embargo, que el administrador, además de entregar el 73 % -por término medio- de los ingresos al Ayuntamiento, debe emplear otro 6-7 % de los ingresos para alquiler y mantenimiento de los locales, así como paraa los seguros. Además, debe desarrollar manifestaciones líricas y de prosa, conciertos, tres o cuatro óperas líricas al año, y contribuir, con el 40-50 %, a los gastos del Ayuntamiento para la propaganda turística. Asimismo, debe pagar bolsas de estudio, pagar el IVA y otros impuestos. Pero, aun considerando todas las partidas, no se tiene la impresión de que los administradores puedan quedar reducidos a la miseria por el juego. Y, sin duda, se enriquecen los Ayuntamientos que tienen la suerte de hospedar una casa de juego. En San Remo se dice que las calles de la provincia de Imperia están empedradas con fichas.

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