Introducción

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Imagínense ustedes cuán monótona sería una partida a la ruleta jugada con judías y afrontada sólo por el gusto de tratar de adivinar los números ganadores.

Repito: en el juego hay que divertirse también cuando se pierde. Un sábado me encontraba en Bad Neuenahr. Eran las tres de la madrugada y en el casino reinaba un silencio sepulcral. Había cesado el juego en torno a las mesas de la ruleta, y sólo nueve personas permanecían en torno a la mesa del chemin de fer. Una de ellas tuvo la Banca durante largo tiempo, ganando muchas veces. Luego la pasó, y dos jugadores -yo y un industrial alemán, gordote y pálido, de esos que a las siete de la mañana están ya en la fábrica- empezaron a porfiar por quedarse con la Banca. El alemán ofreció una suma muy alta y se la adjudicó, seguro de que nadie se atrevería a desafiarlo. Pero yo, molesto, pedí Banca. Se dieron las cartas.

Yo tenía un cinco y un tres: total, ocho. Estaba convencido de que ganaría, pues sólo un nueve podía derrotarme. El alemán sudaba frío, no se decidía a descubrir sus cartas. Al fin las puso boca arriba en la mesa. Tenía un cinco y un cuatro: había ganado.

Ignoro qué recuerdo conservo de aquel momento emocionante. Yo, que perdí, recuerdo aquel golpe (por el silencio, por el ansia, por la entidad de la apuesta, por el choque entre un ocho y un nueve) como uno de los momentos más estéticamente perfectos de mi carrera de jugador. Y con ello no quiero decir que me divierta perdiendo, como les ocurre ya lo veremos- a muchos jugadores de índole masoquista.

Hay tres industrias cuya facturación aumenta de año en año, pese a la crisis: la pornografía, el nudismo y el juego de azar.

El éxito de la pornografía, como industria (en el cine, en las revistas y en los periódicos) está a la vista de todos. Y para comprender la importancia del nudismo -siempre desde el punto de vista de la explotación comercial- bastará recordar los hoteles de lujo, los grandes restaurantes, las discotecas abiertas a los naturistas. ¿O tal vez es una casualidad que cuatro de las casas de juego alemanas que entraron en funcionamiento en 1977 se encuentren en localidades frecuentadas por los nudistas? ¿Y no debe decirse lo mismo respecto a Yugoslavia? ¿No se vio la puritana Holanda obligada a abrir siete playas -y toda una isla- a los naturistas para evitar que los veraneantes se trasladaran a las cercanas y más liberales playas alemanas? ¿Acaso no son diez millones los alemanes que eligen el lugar de veraneo informándose si hay una playa FKK, o sea, para nudistas? En realidad, no hay mayor combinación de éxito para una localidad balnearia- que el nudismo cum juego de azar.

Entre estas tres industrias, el mayor aumento de facturación, ganancias y empleados ha sido registrado por el juego de azar.

No hay croupiers desocupados en Francia ni en Alemania. Más aún: reciben tentadoras ofertas de otros países, a partir de España. Y, paradójicamente, el aumento del juego de azar parece ser una consecuencia del aumento del precio del petróleo. El que es afectado por la crisis, deposita sus esperanzas en la diosa vendada.

He aquí por qué el montante de los premios de las quinielas futbolísticas registra cifras astronómicas, y no sólo en Italia. He aquí por qué se juega cada vez más a la lotería, incluso en Alemania, donde el dinero destinado a los premios no se paga, como entre nosotros, en función de los ambos y de los ternos, sino con el sistema de dividir en varias categorías el montante de los premios, que es repartido en cuatro partes: una, para los jugadores que han obtenido una cinquina (apostando seis números), otra para las cuaternas, otra para los ternos y otra para los ambos. Y si nadie ha conseguido una cinquina, los que se reparten el pastel son los ganadores de las otras tres categorías.

"Durante las crisis económicas se juega más que durante los años de prosperidad. Así ocurrió durante la depresión de 1966-1967 y así está ocurriendo ahora", dice Herbert Meyerdoercks, director de las loterías alemanas.

También en los 41 hipódromos y en las 192 salas de apuestas se registra, a partir de 1974, un aumento anual medio del 23% de la facturación. Y hay en Alemania 120.000 "bandidos de un solo brazo", como son llamadas las maquinitas (afortunadamente, prohibidas en Italia) para tratar de probar suerte casi sin ninguna posibilidad de ganar.

Las grandes ciudades alemanas están más endeudadas que las italianas. Más no porque hayan aumentado los gastos de la burocracia, sino porque se ha invertido mucho en escuelas, hospitales y jardines públicos. He aquí por qué conceden con facilidad los permisos para los juegos de azar. También grandes ciudades como Hannover, Hamburgo, Berlín Oeste y Aquisgrán tienen, desde hace algunos meses, una casa de juego propia en el centro de la ciudad.

En resumidas cuentas, que han seguido el ejemplo de Viena y de París, aun cuando en la capital francesa no hay casinos propiamente dichos, sino sólo círculos privados, si bien autorizados por la Policía y con un volumen de juego a menudo superior al de los casinos. Y Baviera ha llegado incluso a nacionalizar las casas de juego, asegurándose así el ciento por ciento de los ingresos.

Toda Alemania es una sola Las Vegas. Y existen los "carros del vicio", que van de pueblo en pueblo ofreciendo revistas pornográficas y espectáculos de destape (incluso en los establos) o para organizar rápidas partidas con ruletas casi siempre trucadas.

Todos juegan: el campesino y el desocupado. Juega Günther Sachs, apostando siempre al 14. Juega el ama de casa que va justa de dinero y juega la princesa Hanna von..., que recientemente arrojó un puñado de fichas a la cara del croupier. Y todos se hacen la ilusión de convertirse en millonarios.

Enrico Altavilla

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