Beldades ante el Tapete

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Recuerdo bien a una de ellas. La llamada "Madame Seis", debido a que por espacio de dos años visitaba diariamente el Casino, y jugaba "pleno" a ese número, y si ganaba volvía a repetir hasta que perdía. Si así ocurría en la primera puesta se encogía de hombros; y dejaba la mesa ese día, para retornar al siguiente para volver a apostar a esa cifra preferida. De edad ya, y de nacionalidad incierta, debió ser una mujer muy hermosa en la época de su juventud.

Entre todos los "croupiers" existía gran curiosidad en conocer el motivo que la hacía jugar invariablemente al seis, y yo, más atrevido que ellos, le dirigí la palabra una mañana en la terraza.

-No hay secreto alguno que ocultar -respondióme sonriente- el número seis me ha perseguido toda mi vida; nací el 6 de abril, me casé el 6 de enero, mi esposo murió un 6 de noviembre, y a mi único hijo lo mataron en Flandes un 6 de junio. Confío en morir el 6 de cualquier mes, y en su espera, juego a ese número en el Casino.

El misterio estaba aclarado, y me enteré más tarde que aparte de sus ganancias en el tapete, esa mujer no tenía otras entradas que le permitieran vivir, y que yo sepa como caso único, vivía con holgura y despreocupación del producto de sus apuestas diarias.

Un día "Madame X", no concurrió al Casino, y así sucedió los siguientes... Comencé a preguntarme qué podía haberle ocurrido, hasta que llegó la noticia: ¡había enfermado repentinamente, y fallecido... un 6 de diciembre!... Averiguamos dónde fuera enterrada, y con una corona de flores con la forma del número 6, el Cuerpo de "Croupiers" del Casino hizo una peregrinación a su tumba a depositar la ofrenda. ¡Pobre Madame X! Quedará en mi memoria como una de las más trágicas figuras que visitó Monte Carlo, ese rincón de roca y mar, pródigo en dramas, sombras y muerte.

Las grandes figuras del teatro y la pantalla eran habituales en los diversos Casinos de Europa, y eran motivos de atracción no sólo por su fama, sino por su personalidad e indumentaria. El Casino de Deauville no hubiera estado completo sin "Mistinguette", la de las piernas de un millón de francos, y de otras figuras populares y pintorescas, que ambulaban de Deauville a Le Touquet, de Monte Carlo a Cannes. Casi nunca tenían gran suerte en el juego, aunque una de las más conocidas actrices frívolas de Francia, Gina Palermo, hizo quebrar la banca en repetidas ocasiones.

He visto a muchas reinas, e incontables princesas de sangre real ganar en el paño verde, y por extraño y paradojal que parezca -fueron aquellas que podían soportar las pérdidas más considerables, las que ganaron sumas mayores, que por otra parte, apenas si aumentaban sus ingresos. Años atrás, no hubo quizás en Europa, aristócrata más opulenta que la Zarina de todas las Rusias; pues bien, jamás vi ganar sumas tan fantásticas en Monte Carlo como las que ella ganaba; sumas que excedían toda otra comparación, y que hubiesen convertido a cualquiera en verdadero potentado.

Un buen día la Corte Imperial Rusa emigró de San Petersburgo a una maravillosa mansión en Cap Martin, que anteriormente había pertenecido a Mr. Pierpont Morgan. Era quizás el palacio más lujoso de toda la Costa Azul, y en ella asentó sus reales todo el esplendor y la Pompa de esa fabulosa corte imperial. El sitio fue transformado, circundado, y se estableció una línea telegráfica especial con la capital rusa, mientras pululaban alrededor una enorme cantidad de lacayos y servidumbre, incluyendo el cuerpo íntegro del Ballet Imperial que daba color a la ya pintoresca atmósfera y costumbres de la ciudad.

Cierto día, el Zar, la Zarina, el Gran Duque Nicolás, y el resto de la familia Imperial llegaron al Casino para jugar "una mano" en las ruletas. Aunque se habían impartido instrucciones estrictas relativas al "incógnito", el edificio íntegro se modificó para comodidad de los ilustres visitantes. Sillones especiales se instalaron en la mesa principal de la "salle privé", mientras que yo, con otros dos "croupiers", ultimaba mis preparativos para brindar a los zares una oportunidad frente a "Madame Chance".
Un elegante caballerizo mayor ataviado con el uniforme de la Guardia Imperial Rusa acomodó una hilera de fichas frente a los Soberanos en el "Carsse". El zar apostó a pleno, mientras la zarina optó por hacerlo a "cheval" sobre el 5. Lancé la bola, y ganó la zarina. Recibió ésta sus "plaquettes" con encantadora sonrisa, y jugó entonces a pleno, mientras su real consorte a "cheval". Volvió a ganar la zarina.

-¡Oh, oh! -dijo el zar- tienes más suerte que yo.
-¡Intuición! -respondió aquélla alegremente, y apostó de nuevo. Por tercera vez "salió" su número. Y así continuó por más de una hora. Cuando la zarina se levantó llevaba fichas por un importe muy superior a 100.000 francos, en realidad una bicoca para ella. La pareja se encaminó a las mesas de baccarat, en la que fueron igualmente afortunados. Al abandonar el Casino, oí que la Soberana llevaba otros 50.000 francos adicionales a los ya obtenidos en mi mesa; el Zar en cambio, perdió más de 150.000 francos -lo que ganara su mujer, lo que equilibraba los resultados; pero yo siempre sospeché que la Zarina, tenía un "bolsillo privado"...

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