Secretos de Monte Carlo (2)

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Durante la primera guerra mundial, el juego dio pérdidas al Casino, debido a la escasa clientela, que podía visitarlo, y así pronto se vió en dificultades financieras. Fue por entonces que lograron interesar al multimillonario Sir Basil Zaharoff, a que tomara el control de los intereses de la Compañía, y al amparo de las inmensas riquezas de éste, pudieron capearse los años del conflicto. Los años de aquellas postguerra le devolvieron su prosperidad, y luego parece que Sir Basil vendió sus acciones al Príncipe Radziwill, quien acostumbraba "copar" en mi mesa.

Creo haber dicho ya que el juego atrae a lo peor de ambos sexos, y desde que las emociones más primitivas se despiertan frente al girar de la ruleta y el rumor de las cartas, siempre hubo en Monte Carlo una legión de parásitos y fulleros, los que como cuervos rondaban a aquellos dominados por el vértigo del azar. Las autoridades del Casino tomaban medidas para excluir a las cortesanas demasiado conocidas, y a la gente dudosa de sus salones; una brigada de detectives privados andaba siempre a la caza de jugadores tronados o excéntricos. Se dice a veces que los Casinos emplean mujeres atractivas para que induzcan al jugador afortunado a volver, y dejar sus ganancias. No es así ciertamente. No hay necesidad de hacer eso: hay siempre suficiente cantidad de jugadores agolpados alrededor de las mesas, o apiñados en dos o tres filas detrás de los que juegan. Lo que ocurre es que los excesivamente afortunados son vigilados, seguidos e inducidos a veces por estos parásitos a visitarlos en sus departamentos privados de los hoteles, o a veces, en la "villa" propiedad de quien se insinúa. Recuerdo a una de ellas, a quien conocíamos como el club "V", debido probablemente a que es la inicial de «víctima». Se componía de una banda de tres mujeres y cinco o seis hombres, que llegó a ser tan famosa, que se maravillaba uno de cómo podrían lograr algún candidato. A la hora de llegar al Principado, ya estaba el visitante advertido contra el club "V".

La policía de Mónaco y los detectives de Seguridad no perdían un paso de esta gavilla noche y día, y fueron varias veces invitados por ellos a presenciar sus sesiones privadas de juego. Concurrieron aquéllos, y el juego comenzó, y aunque las víctimas perdieron de continuo, nadie logró descubrir el más leve signo de trampa o irregularidad. Y así transcurrieron las cosas hasta que una de esas tormentas eléctricas, violentas y repentinas, se desencadenó sobre la Riviera. Su fuerza sacudía la Villa del club "V", donde en aquel momento se jugaba febrilmente, y tanto arreció que, finalmente, cedió el cielorraso, cayendo en plena mesa de la ruleta... ¡un hombre!

Se acababa de resolver el misterio del club "V". Escondido en una cavidad secreta en lo alto, ese hombre dirigía la rueda de la ruleta con poderosos magnetos eléctricos; agujeros imperceptibles en el techo pintado al fresco le permitían observar qué combinaciones de números eran los más jugados, y naturalmente, esos números perdían...

Yo me referí antes a cuántas tentaciones cierran el paso a un croupier. Existen ocasiones en que se toman precauciones especiales con ellos, especialmente cuando alguien sufre pérdidas de consideración en sus mesas. A veces la pérdida de toda su fortuna, altera la razón de un hombre o mujer, incubando el peor de los odios contra el infortunado croupier que ha estado cumpliendo con su obligación. Cuando se sospecha de alguien así, se coloca un guardián cerca del croupier mientras dura el juego. Me viene a la memoria una ocasión, no en Monte Carlo precisamente, sino en Le Touquet, cuando un americano perdió más de medio millón de francos en mi mesa. Levantándose de su asiento, me dirigió un insulto, y abandonó la sala. Esa noche al dejar el Casino para regresar a casa, una detonación rasgó el silencio, y el sombrero voló de mi cabeza. Al volverme divisé al americano que intentaba volver a disparar. Me arrojé al suelo, y la segunda bala rozóme apenas el hombro. Antes de que pudiera seguir tirando, fue reducido por dos gendarmes; fue declarado insano al día siguiente, y enviado con sus parientes, a América, bajo custodia.

En otra ocasión una mujer, en Monte Carlo, trató de apuñalearme, mientras paseaba por el jardín Botánico, y si no es por mi cigarrera, de tamaño mayor que lo usual, que llevaba en el bolsillo del pecho, la hoja me hubiera alcanzado el corazón. La mujer, una hermosa italiana, echó a correr, y yo la dejé ir, ya que sólo había logrado abollar mi pitillera. Recordé que apenas si había perdido cinco mil francos la noche última. En Deauville, un español me atacó cierta vez en el hall del Hermitage Hotel, tratando de quitarme la vida. Lo sujetaron, y llevado a la cárcel, se le ordenó luego abandonar la ciudad en veinticuatro horas. La razón de su actitud era que yo decidí en contra de él en la disputa por la posesión de una ficha abandonada en la mesa, que sostuviera con una francesa. Sabía que pertenecía a la mujer, pero el español clamaba que era de su propiedad. El código del Casino vuelve ley la palabra del croupier, y tuvo así que acatar mi decisión.

Se comprenderá por lo expuesto, que si la vida de mi profesión es excitante, también es peligrosa. Pero prefiero referirles algo de lo mucho que sé, acerca de las mujeres que juegan.

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