Retablo de los juegos infantiles

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Parte de la industriosidad infantil se volcaba también en la fabricación de hondas o gomeras, que servían para agenciarse los "pajaritos" de la polenta, para dirimir las interminables y peligrosas guerrillas de "barrio contra barrio" o para descalabrar, desde las sombras, a algún incauto que se había internado en barrio non sancto; sin contar, naturalmente, las canónicas experiencias balísticas contra faroles y lamparitas.

Los trompos, tan viejos que ya Virgilio los mencionaba en la Eneida, tenían también su gracia, aunque se los compraba "hechos" en la librería de mitad de cuadra o en el almacén del pueblo. Los había con punta, púa o rejón de hierro (lo que los españoles llamaban peón) o sin ella (la peonza). Junto con el trompo los chicos se agenciaban un metro de piola para arrollarla desde la espiga hasta la púa (o como se decía, para "fajarlo") y hacerlo bailar en la palma de la mano. Por su forma se los distinguía también como "pepinos" o "batatas", y se llamaba "troyero" al trompo de madera dura (quebracho santiagueño o urundel) con púa de acero, que se lanzaba sobre el trompo contrario con la intención de romperlo.
"Cascarria", por el contrario, era el trompo viejo, agrietado y deslucido que se empleaba como blanco de los "troyeros" o que algunos se obstinaban, por afecto o necesidad, en hacer bailar. El éxito del trompo dependía en gran medida de la forma de "fajarlo" y de la habilidad para tirarlo en el "corral" o "trova", con un movimiento preciso y seco de mano y brazo.

Existían también, en los interiores burgueses, lejos de la calle, unos trompos de lata, con música, de los que dijo el poeta Horacio Rega Molina en un poema de La víspera del buen amor (1925)

Automático pájaro que trina.
Musiquita de ripio y de falsete.
Así debió sonar como un juguete,
el clavicémbalo de Palestrina.

También los baleros se compraban, y había misteriosas temporadas o "modas" del balero, como las había del trompo y de las bolitas, en que estos elementos pululaban, sin que nadie supiese cómo y por qué, en los comercios y en las manos de los chicos. Los había lustrosos y perfectos, generalmente de cedro, y los había de maderas ásperas y ordinarias, pero unos y otros servían fielmente al propósito de "embocar" el mango en la cavidad de la bocha, cavidad que algunos rodeaban con lujosas tachuelas de cabeza redonda para facilitar la introducción.

La inventiva de los chicos suplantaba frecuentemente la bocha de madera por una latita de conserva, aunque en estos casos el exagerado diámetro de la boca le quitaba a la "embocada" algo de su prestigio. Había, como en todos estos menesteres lúdicos, jugadores llanos, que se limitaban a dominar el arte de la "embocada", pero otros, con maya baquía, se deleitaban con los firuletes barrocos de la "puñalada la "lapicera", la "vuelta al mundo", la "porteña", las "catorce provincias", etc como para demostrar que dos simple trozos de madera unidos por un cor del podían servir como punto de partida para los mayores refinamiento técnicos. Se jugaba en forma individual, por el mero placer de la "seguidilla", o en grupo, con tanteo y sujeción a ciertas reglas simples, ganando el que embocaba mayor número de veces.

Patrimonio aparente de los chicos, el balero es en realidad un viejo juego cortesano, practicado por los adultos en los ocios de las Cortes europeas con costosos implementos de oro y plata, maderas finas y marfil, hasta el punto de que a lo largo de su historia fue sostenido en no pocas ocasiones por manos insospechadas y ciertamente nada infantiles.

Lucio V. Mancilla aporta al respecto un dato de interés, en una de las causeries recogidas en Entre-Nos. El autor de Una excursión a los indios ranqueles, sobrino de Rosas e hijo del héroe de Obligado, se refiere a un episodio de su juventud:

"....cinco minutos después, a media rienda, yo llegaba, encontrándolo a mi padre paseándose, indefectiblemente, balero en mano. El y yo éramos muy fuertes en ese juego. Yo no he conocido más rival que Juan Cruz Varela. Hacíamos una partida o más, hasta que un pardo, Castro, asistente de confianza, venía y le decía: "Señor, ya está la sopa en la mesa"."

Transparentes, luminosas, las bolitas relucían en grandes frascos sobre el mostrador de las librerías y jugueterías. Relucían en una profusión fantástica de amatistas, rubíes y esmeraldas que provocaban verdaderos delirios en los más chicos. Eran ciertamente tentadoras aquellas bolitas, y solo había dos o tres caminos obligados para llegar hasta ellas: la moneda recibida a cambio de un "mandado" o de un deber escolar bien hecho, el trueque, con valores y proporciones perfectamente reglados por la costumbre, o bien los juegos en que se confiscaban las bolitas del perdedor.

Los partidos se iniciaban casi siempre citando alguno de los chicos, con los bolsillos cargados, profería desde lejos la clásica invitación de "¡bolita cola!", con la que se reservaba el derecho de tirar en último término. De inmediato se acondicionaba sobre le tierra el rectángulo o triángulo rayado que oficiaba de cancha y se limpiaba o profundizaba el "hoyo".

Aparecían entonces las bolitas de "ojito", con pequeñas gotas de aire en su interior, las "lecheras", blancuzcas y lechosas como ciertos cristales de Murano, las "cachuzas", que eran aquellas desportilladas y picadas que se arriesgaban con menos escrúpulos, y si era el caso también los gordos "botones" multicolores que se jugaban con una técnica especial.

El "puntero" hincaba una rodilla en tierra y con el torso echado hacia adelante y apoyado "estilísticamente" sobre la palma de la mano izquierda o sobre la punta de los dedos, se disponía a tirar (la bolita era sostenida entre el pulgar y los dedos índice o medio y se la impulsaba desde mayor o menor altura con un vigoroso y calculado "tinquiñazo" del pulgar) para hacer "hoyo", esto es, para ocupar con su bolita la depresión así llamada, apertura a la que seguían las "quemas", los "chantes", etcétera. Los jugadores empleaban una jerga particular para referirse a las incidencias del juego y a sus particularidades más sobresalientes: el "repe" por ejemplo, era el golpe de rebote, en tanto que el "chante" era el efecto de desplazar a la bolita contraria para ocupar su lugar, lo que algunos casos se hacía con una bolita especial llamada "bochón".

El yo-yo, más moderno, aparecía también por temporadas, y obligaba a desplegar cierto arte calculado, con amplio marco para finezas estilísticas como la "vuelta al mundo", el "dormilón", la "corridita" y otros prodigios que se han conservado hasta el presente merced a su inesperada reimplantación comercial.

En los días de lluvia, de enfermedad o de encierro forzoso, hacían su aparición los juegos de naipes sencillos, como el "par con par", el "culo sucio", el "desconfío", el "pinche" y "escoba". Se desempolvaban, en esos días, los tableros del ludo, la oca, las damas, que eran juegos de re poso y concentración; o se trazabanen una hoja de cuaderno el cuadrado, cruz y las diagonales del te-te-ti, bajo juego de construcción tetráctic que Ovidio llamaba tit-tat-to en los primeros años de nuestra Era.

Cuando la puerta quedaba franca volvía a los juegos de la calle, patio y el potrero, que eran los que expresaban más genuinamente la personalidad lúdica de los chicos y apenas se suspendían en estos casos y en ciertas estaciones del año perseguir a los codiciados "galerones" y "lecheras", con la ramita del paraíso pelada y cimbreante.

En 1893 -peldaño inicial hacia una nueva configuración de nuestras preferencias lúdicas y deportivas, a la vez que signo de nuestro creciente anglicismo- se constituye la Argentine Association Fooball League y se organizaron los primero campeonatos de carácter amateur. A partir de este momento, a través de sucesivas alternativas incluyen la creación de la Asociación Argentina de Football y posteriormente la "profesionalizaciOn" de este deporte, la aficción por el fútbol fue ganando adeptos hasta convertirse, por excelencia, en el "deporte" de los argentinos. A las primitivas agrupaciones, como Alumni.

Belgrano y lomas Athletic, se le fueron sumando con el correr de los años un núcleo de clubes con definida personalidad futbolística, como Boca Juniors, River Plate, San Lorenzo de Almagro, Racing, Huracán, Independiente, etc., junto con otros que ya pertenecen al recuerdo como Columbian, Sprrtivo Porteño, Progresista del Plata, Sportivo Palermo, etc.

A partir de figuras legendarias como Buruca Laforia y los Brown, los chicos comenzaron a identificarse con los grandes nombres del fútbol argentino, y puede afirmarse que los famosos 'picados" de potrero y calle, y los no menos famosos "cabeza", testimoniaron en parte, a lo largo de varias generaciones, el fervor despertado por el talento futbolístico de jugadores como Zumelzú, Perinetti, Bidoglio, Tesorieri, Tarascone, Onzari, Stábile, Bernabé Ferreyra, Arico Suárez, Roberto Cherro, Herminio Masantonio, Distéfano, Gualco, Labruna, Loustau, Farro, Pontoni, Tucho Méndez, Boyé, Martino, Sarlanga, Pedernera, Moreno, Néstor Rossi, Amadeo Carrizo y tantos otros cracks.

La pelota de cuero fue reemplazada en el "picado"por la pelota 'pulpo', de goma, o por la más modesta de trapo, atada con piolines. Sobre el polvo del potrero las reglas entrevistas en la cancha dieron lugar a un fútbol intuitivo,pero muchas veces cargado de habilidad personal, de imaginación e inclusive de sutileza estilística.

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