Cannes, la ciudad de color de púrpura.

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Cuando se habla del juego y de la vida en los Casinos la imaginación se transporta en seguida a Monte Carlo, que ha sido, por cierto, el rey de los lugares en que imperara una atmósfera de tanta tensión, interés, lujo y vileza.

Cannes puede considerarse como una réplica de Monte Carlo en miniatura, donde el vicio, la corrrupción y la licencia elegante han sido algo más velados por el Diablo.

Bellísimas mujeres, hombres impecables, coches, yates, embarcaciones suntuosas y dinero, dinero, dinero, definen el apostadero en que se ubican los Casinos. En esos sitios hallará Ud. a los poderosos de la tierra en su más clara modalidad. El que daba un paseo por la "Promenade de la Croisette" en una mañana cualquiera estaba seguro de hallar a los Primeros Ministros de casi todos los países de Europa, a un sinnúmero de pares y nobles ingleses, y cuando menos a media docena de Príncipes y Princesas, además de una
imponente colección de novelistas, pintores y artistas plásticos, de las tablas y la pantalla, sin contar la infaltable pandilla de tronados y fulleros. Toda esa muchedumbre volvería a presentarse a sus ojos, ataviada en inmaculados trajes de etiqueta, esa noche en las mesas, apostando algunos miles de francos contra una banca segura del triunfo.

Al lado de reyes y príncipes herederos, encontraría Ud. a un ex penado charlando animadamente con algún bufón o quizás un príncipe. ¿Puede imaginarse concurrencia más heterogénea?

Lancé la bolilla, y en seguida un primer ministro inglés apostó 10.0000 francos a pleno rojo, mientras una gloria de Francia, Monsieur Poincaré, menos impetuoso, colocó 500 francos, aunque sólo "manqué". Mary Pickford puso 5.000 francos a "cheval" sobre el 6, mientras los demás jugadores cubrían el tapete. Salió el número 4, y yo arrasé con mi rastrillo casi todas las puestas.

-Las cosas más inciertas del mundo son... -comenzó a decir Poincaré.
-Las mujeres y la rueda de la ruleta -completó la voz velada de Sir Basil Zaharoff.
-¡Bah, bah! -exclamó Mary Pickford- una mujer es lo que su hombre quiere que sea.
-Eso es absurdo -afirmó la Reina de Grecia- poco pueden los hombres con las mujeres de hoy en día.
-No eres sino una cínica a pesar de tus años -murmuró el Rey Jorge de Grecia, cortando la discusión.
El juego prosiguió y M. Poincaré comenzó a acertar golpe tras golpe hasta redondear con 100.000 francos.

Repentinamente se notó una conmoción entre la concurrencia, y percibí que una mujer muy hermosa y distinguida, se debatía entre dos de los detectives del Casino.

-Esa mujer -vociferaba un griego alto y delgado, con la cara de villano más grande que haya visto en mi vida- ¡esa mujer me ha sacado la cartera! ¡Regístrenla y la hallarán entre sus ropas!
-¡Eso es un ultraje! -aulló la dama-. Yo soy Lady X. -Y al mencionar su nombre, todo el mundo se contuvo, pues era nada menos que el de la hija de uno de los más nobles y ricos pares de Gran Bretaña.
-Perdone Ud., Madame -dijo el detective- ¿tendría usted inconveniente en someterse a una revisación?
-Ciertamente que no -respondió ella y se encaminó a la salida-. Poco duró su ausencia, y al regresar explicó a los asistentes lo que había ocurrido. Era en realidad Lady X y la cartera fue hallada en su bolso, pero el Jefe de los detectives reconoció al griego como a un conocido truhán, y se hizo evidente que todo el asunto no era sino un ardid para acusar de robo a una mujer inocente, hacerle arrestar y entonces exigir una suma de dinero para retirar la denuncia, o quizás demandar algún pago adicional, ya que la víctima era joven y atrayente. No era, sino uno de los tantos lazos que se usaban a diario en los Casinos de Europa, y lamentable es reconocer, que con bastante éxito.

Ocasionalmente se han hecho asimismo, intentos para robar el Casino. Una vez en Cannes, una banda de ritos, en la que había cuatro mujeres, fraguó un plan para despojar al Casino, durante la medianoche de un sábado, quizás hubiesen triunfado, si su jefe -un bruto enorme que se llamaba Zomkoff- no hubiese trasladado sus afectos de una mujer de su pandilla a la otra.

Fue esta última quien lo denunció, confirmando el adagio de que "no existe furia igual al de una mujer despechada".

La policía no estuvo lerda en sus preparativos. La noche en que debía llevarse a cabo la tentativa, la banda fue llegando de a uno, y en parejas. Al exigírseles documentos en la entrada -formulismo que a veces toman los Casinos- se les pidió que comparecieran en las oficinas a firmar un formulario. Una vez adentro, se clausuraron las puertas, y dos detectives los contuvieron con sus revólveres. Fueron llevados a través de un pasaje a una salida disimulada, hasta los autos que los trasladaron a la Jefatura de Policía.

Fueron encerrados convenientemente, con la excepción del cabecilla Zomkoff, y la delatora, quien arrepentida a último momento, trató de impedir que el hombre fuese al Casino, revelándole toda la verdad. ¡Claro ésta lo que hizo después de asegurarse que su rival en el amor de Zomkoff ya había sido arrestada!

El sujeto al saber del arresto de su banda, emprendió la fuga... pero en compañía de la delatora, que era precisamente lo que ésta buscaba. Se me ocurre que quizás terminó por arrepentirse de su traición, pues más tarde se halló su cuerpo decapitado entre Niza y Lyon, y se supuso que Zomkoff se vengó así a él propio, y a sus compañeros, arrojando del tren en marcha a lo que creyó que de esa manera lo reconquistaba. No sabría decir si este hombre fue capturado, pero sí que a el resto se le condenó a diez años de cárcel en las posesiones francesas de las Guayanas. El plan del atraco era ubicar a cada miembro de la gavilla en posición tal que pudieran apoderarse del dinero de la banca, una vez que los otros hubiesen cortado la luz de todos los salones.

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